lunes, 19 de enero de 2009

Te Recuerdo

Siempre he padecido de Baja Realidad, los camareros me ignoraban, la gente no me veía... Pero ahora he descubierto que en Madrid hay un Campo Antimagia que anula ese defecto (estoy por ver si me quita puntos de ventaja también, espero que el master no se de cuenta)

Para empezar, y después de todas las Navidades sin ir, el camarero de la cafetería donde desayunamos se acordaba de lo que habíamos pedido para beber (café con leche corto de café y zumo de naranja). Pero lo más sorprendente fue que a la mañana siguiente, otro camarero de la misma pastelería nos enumeró el pedido antes de que pudiéramos siquiera mirarle.

Y para continuar, un señor repartidor de publicidad, muy sonriente él, muy amable, que me dio por la noche un papelito promocionando un restaurante indio, a la mañana siguiente me reconoció y todo. Se presentó, me interrogó sobre mi estado de soltería, intentó que pronunciara bien su nombre sin demasiado éxito... Y se despidió sonriente para seguir trabajando después de los dos besos de rigor.

Sin duda alguna, sorprendente.

Excursioncilla a la Nieve. Volumen 2: Las Leyes Murphianas atacan de nuevo

El primer día aprendí a ponerme los esquíes, a mantenerme medianamente de pie en ellos, a caerme del telesilla en el momento de bajar y a rodar por una pista verde de principio a fin para descenderla. Y luego tocaba volver a subir. A medio camino le pedí ayuda a un amable señor con moto de nieve para que me llevara abajo del todo.

Es que me dio un ataque de nervios, jo. Que no se veía nada, era todo blanco e igual. Había niebla, estaba nevando... Era joven e inocente, necesitaba el dinero... Uy, no, eso no.

Así que el segundo día me metí en la pista blanca, la de novatos, toda llena de niños-champiñón con cascos, coderas, rodilleras y cuanta armadura fueran capaces de ponerles encima sus amorosas madres.
Creía que ahí estaría a salvo del estado "koala", que por fin aprendería a hacer cuña; pero cuan terrible era mi error... En cuanto tomaba velocidad, trataba de tirarme de los esquíes y rodaba media ladera con la nieve entrando a kilos por los pantalones.
En una de estas, a mi tobillo derecho le dio por emular las alas de un helicóptero y girar sobre sí mismo con el esquí puesto. Resultado: Un esguince que aún acarreo.
Se acabó el esquiar para mi.
Dos días y la venda fue a hacer muchas y buenas.
Luego, balneario, camino por senderos y pateos varios... Un gran viaje, incluso con Murphy de por medio.

domingo, 11 de enero de 2009

Excursioncilla a la nieve. Volumen 1: Leyes Murphianas

Hay nieve en las montañas del norte de Cáceres, sí. Pero no era suficiente. Hace un mes que me invitaron a unirme a una excursión a los Pirineos para pasar el fin de año y el si fue inmediato. Destino: Taüll.



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Para aquellos que no estén muy puestos en geografía, debo indicar que para llegar hasta la estación de esquí, debía atravesar toda la península. Es decir, desde al ladito de Portugal hasta al ladito de Francia. ¡¡¡Yupiiiiiiii!!

Para tamaño viaje, me agencié billetes de ida y vuelta en autobús. Saldría el día 25 a las seis de la tarde y llegaría a Barcelona a las seis de la madrugada del día 26. Eh... ¿Yupiii?

Después sólo tenía que esperar hasta las seis de la tarde a que llegaran mis coleguillas para continuar en coche unas cuatro horas más hasta Lleps, donde tendríamos la casa-base.

Después de comprimir tres maletas en una, rellenar una mochila con embutidos y desayuno y guardar bien mi portátil en su maletín, llegó la hora de ir a la estación. Sólo un pequeño problema, en vez de a las seis, salía a las cinco y media. Había perdido el autobús.

Tocaba correr. Correr mucho. Como sólo había un autobús al día que hiciera esa ruta, no me quedó más remedio que acudir a la estación de trenes, algo que no me hacía nada de gracia ya que antes de decantarme por el bus había consultado los trenes y el talgo directo había sido anulado en favor del ave Madrid-Barcelona.

Refunfuñando mucho, compré un talgo Cáceres-Madrid y luego un ave Madrid-Barcelona, y sus correspondientes billetes de vuelta, por supuesto. Al final, el viaje quedaba aplazado para el 26 a las nueve y media de la mañana, con dos horas de parada en Atocha y llegada a las cinco y media a Barcelona. A las cinco y diez estaba ya en mi destino y, cerca de hora y media después, de viaje a Lleps.

To be continued...