viernes, 31 de julio de 2009

Tohó, tohó...

Estoy malita. Muy malita...
-¡¡Enfermeeeraaaa!! ¡¡Que me mueeeeroooo!!
Eso, como era de esperar, ha degenerado en varias visitas a urgencias con sus respectivos pinchazos.
-¡¡Quiero que me devuelvan mi sangre!! 13 botes, que los tengo contados ¬_¬
Y en una de esas visitas, cuando no lograba bajar la fiebre de cuarenta, dos pelotas de pingpong habían sustituído a mis amígdalas impidiéndome hasta hablar y las náuseas se habían vuelto tan básicas como respirar, me encontré con la Enfermera Novata.
-Te voy a poner una vía. Será sólo un pinchacito.
-Uuuúmmm (traducción: Vale...)
-No te va a doler...
Decidió ponérmelo en la muñeca. Mala señal. Auuuuuuuuuu.
-Es sólo un momentito.
-¡¡AaaAAaaAAAAaayyyyy!!
De pronto, veo una aguja de vía partida en dos delante de mi, dirección al cubo de basura.
-Voy a vomitar...
Mi Señor Padre corrió raudo a por el mentado cubo para facilitarme la tarea, mientras la muchacha salía corriendo del box, sospechosamente pálida.
-Volveré cuando se le haya pasado...
Cinco minutos después, pude oírla de fondo. Voz temblorosa.
-¿Aún... sigue?
Y ya nunca más se supo de aquella Enfermera Novata. Compañeras veteranas, bajo protestas varias sobre la desorganización en plantilla y piropos directos a mi Señor Padre, me pusieron la vía muy bien puesta, se hicieron con nuevos tubos de sangre (jo, al menos que conviden) y me metieron primperán y paracetamol en vena (nunca mejor dicho).
Pero... Aún hoy me pregunto qué fue de la Enfermera Novata que me dejó marcada y sola con el bonito moretón a pecas en la muñeca, del que aún me dura el dolor y me trae su recuerdo. Todo un trabajo digno de los más selectos torturadores...

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